29 de marzo de 2012

EL COCODRILO BAR

UN CABARET DE SANGRE CALIENTE

por Diana Estrella Castilla

Aunque desapareció en los años setenta, “El Cocodrilo” forma parte de la historia de Montería, que aún la gente recuerda como ese pasado de diversión, derroche y faenas sexuales que se fue diluyendo ante las formas modernas de prostitución, como el sexo prepago.

Era una ciudad inocente. La Montería de esa época era, en verdad, una ciudad en cuyas calles se respiraba ese aroma que solo se respira en los pueblos. Gente de aquí para allá en pos de quehaceres sencillos. Todos se conocían. Don Rodrigo, por ejemplo, sabía quién era don Abelardo, y hasta un poco más. Caribe polvoriento y a la vez festivo. La naciente región despertaba al mundo.

Corrían los años cincuenta y entre la población aún se respiraba el regocijo por la creación del departamento. Había sucedido el 18 de junio de 1952. Atrás había quedado la dependencia de Cartagena de Indias y del Bolívar Grande. Ahora su futuro dependía de los cordobeses.

En aquella naciente ciudad, dos años después de la creación del departamento, los habitantes de esa época fueron testigos de la puesta en marcha de un lugar que habría de cambiar una costumbre de diversión de los pobladores: el placer y la rumba ya no serían igual, pues “El cocodrilo bar” había abierto sus puertas y los monterianos y cordobeses se enfrentarían a una nueva forma de entretenimiento. Y sí que era tentadora la propuesta, porque aún a Colombia no había llegado la televisión y las emisoras que se escuchaban daban cuenta de regiones distantes, como Barranquilla o La Habana, por ejemplo.

Quien le dio vida a “El Cocodrilo bar” fue Pedro Díaz Castilla, hijo de inmigrantes sirios, en el año 1954, un visionario que le apuntó a un negocio que le dio resultado. Álvaro Díaz Arrieta, periodista de 64 años, hijo del fundador de “El cocodrilo bar”, recuerda que su padre era un hombre, además de visionario, aventurero. “Él llegó de Cartagena a Montería a los 22 años con el plan de montar un negocio, al darse cuenta de que en esta tierra ganadera había mucho dinero, se le dio por crear un modelo de cabaré parecido a los de Estados Unidos, algo internacional”, dice Álvaro Díaz, quien desde los 9 años iba al bar. “Claro, en busca de mi papá”, aclara.

“El cocodrilo bar”, entre sus similares, era el gigante de la época. Ocupaba dos cuadras a la redonda: estaba ubicado en la calle 38 con carrera 11. Tenía unas paredes altas con rocas naturales incrustadas cual murallas de Cartagena. En su entrada, arriba, había una figura de un cocodrilo con luces de neón y un portón grande de hierro. Con esa imagen se encontraban los ricos ganaderos y empresarios que llegaban al bar, en ese entonces sus principales clientes.

Adentro, sumergido en la espesa noche, “El cocodrilo” acogía a sus visitantes con un jardín rodeado de arcos de cementos, decorados con enredaderas, una pista de baile de 20 metros de largo y alrededor de esta 50 habitaciones. Al fondo, el bar con una tarima, la cual tenía una acústica en madera. El techo de la pista era en tejas con cielorraso, también de madera, y había árboles de mango alrededor de las piezas.

Álvaro Díaz explica que “El cocodrilo” era un negocio exclusivo, por lo que ahí no entraba cualquiera. Dice: “Solo se le abría la puerta al ganadero que entraba con su carro y listo. Esos señores llegaban con la plata de la finca y los negocios se conservan si tú le pones un precio, un estatus, los Parra, los Garcés, los Vega, los Berrocal, Ganen, por decir algunos, eran los principales visitantes”.
Poco a poco, “El cocodrilo bar” fue convirtiéndose en un punto de referencia en la ciudad. La fama fue creciendo. Todos hablaban del sitio. Allí se encontraban quienes de una u otra forma ostentaban el poder en la ciudad y el departamento. Claro que “El cocodrilo” era un sitio adonde los hombres iban a buscar mujeres, por supuesto, pero también fue cierto que el lugar fue convirtiéndose en un punto de encuentro, en un gran tertuliadero, en un lugar para existir en medio de una región que poco ofrecía en cuestiones de diversión, en un lugar, sí, que permitía respirar un ambiente distinto.

“El cocodrilo”, con atractivas mujeres provenientes de Pereira, Medellín, Cartagena y otras ciudades del país, quienes siempre estaban dispuestas a divertir con sus encantos a los clientes, fue el establecimiento nocturno con mayor reconocimiento en Córdoba. Varias generaciones de monterianos disfrutaron allí de la música, el licor y los placeres del sexo.

Edgardo Puche Puche, escritor y conocedor de la historia de Montería, sostiene que hacia la década del cincuenta este bar era el lugar de diversión más prestigioso de Córdoba. Recuerda él que en este sitio había un ambiente de lujo y que exhibía bellos cuadros y figuras que adornaban sus paredes. “Parecía fastuoso para Montería, que a mediados del siglo pasado era un pueblo, podía tener unos 20 mil habitantes. La música era en vivo, con orquestas que interpretaban selectas canciones que ponían a gozar a los visitantes cada noche”, recuerda este octogenario monteriano.

Son muchos los recuerdos que aún perduran de “El Cocodrilo”, ese prostíbulo ubicado en lo que hoy se conoce como la antigua Zona de Tolerancia. “Tenía un salón amplio, iluminado con lámparas que le daban brillo intenso al rojo fluorescente de sus paredes, el sonido de canciones tropicales o boleros y los vestidos ligeros de las mujeres que se paseaban ante decenas de ojos, era lo que impresionaba cuando se entraba a ‘El Cocodrilo’”, rememora Puche.

En cada población pequeña o gran ciudad de cualquier país del mundo, la prostitución tiene su propia historia y la misma esencia. El llamado “oficio más viejo del mundo” fue, a finales de la primera década del siglo XX, una de las pocas fuentes de diversión que tenían los hombres en esa Montería pastoril, marcada por una arraigada religiosidad orientada por la fe católica.

El periodista Adolfo Berrocal Ruiz afirma que el negocio de la prostitución en Montería surgió porque esta ciudad, hacia 1930, era un puerto fluvial donde llegaban embarcaciones desde Cartagena y otras poblaciones de la región Caribe, a través del río Sinú. En esa época, el otrora municipio apartado del Bolívar Grande era el epicentro de los pueblos del Sinú, del San Jorge y parte de la sabana, donde se concentraba la actividad comercial, agrícola y pecuaria de esta zona del noreste de Colombia.

“Lo que originó el apego a los cabarés o la vida cabaretera del monteriano de aquellos tiempos, fue la construcción del puerto, lo que se conoce como ‘la muralla’ o ‘la Albarrada’, en la Avenida Primera, y las obras del mercado público, en el mismo sector, que atrajo a cientos de obreros que se establecieron en la ciudad. El atraque permanente de embarcaciones propiciaron ese ambiente, para que años después se instalaran los burdeles propiamente dichos”, explica este hombre que lleva más de cuarenta años ejerciendo el periodismo en la radio local.

Pero además, Berrocal Ruiz manifiesta que los cabarés surgieron producto de una situación socio-económica de la región, indicando que a finales de la década del treinta, en Córdoba floreció un comercio próspero apalancado por la ganadería, la agricultura, la pesca y la bonanza de la raicilla (raíz con propiedades medicinales) que extraían en el Alto Sinú y posteriormente la exploración petrolífera en varias poblaciones de este departamento.

Apoyado en un bastón, el señor Darío Vieira, de 84 años y quien fuera un asiduo visitante del burdel, confirma que “El Cocodrilo” era un sitio de sana diversión y esparcimiento, donde se reunían grupos de amigos a hablar de negocios, tomar trago y disfrutar de la compañía de atractivas mujeres que, aunque por dinero consentían a los hombres, terminaban escuchándoles sus penas y hasta dándoles consejos.

“En ‘El Cocodrilo’ se gozaba con sabrosura –dice Vieira–, todo era cordial, uno se sentía bien y seguro. Nadie molestaba con problema y había mujeres provocativas que atendían de maravilla, siempre con cariño y sonrisas”, dice.

José Luis Garcés González, en su libro Crónicas para intentar una historia, el escritor monteriano narra que una noche, en los tiempos del gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla, una patrulla de la Policía sorprendió bailando en “El cocodrilo” al exalcalde de Montería, Rafael Yances Pinedo, crítico acérrimo de la dictadura militar. Entonces, el oficial al mando, al ver que el hombre que bailaba ágilmente en la pista del burdel, era el mismo que escribía artículos en contra del Gobierno, procedió a llamarle la atención, imponiéndole, como escarmiento, bailar cien veces, esa misma noche, la canción La múcura, interpretada por la orquesta del maestro Herazo, que animaba las veladas en este cabaré.

Había en “El cocodrilo bar” mujeres de todo tipo: rubias, morenas, jóvenes y hermosas. Pocas eran monterianas, pues el prejuicio del qué dirán y el temor a ser descubiertas por conocidos fueron más fuertes que el deseo, e incluso, la necesidad. El vestuario de las trabajadoras del burdel, trabajadoras de la noche, era elegante, nada extravagante como se hubiera podido pensar. Usaban vestidos, tacones altos y, a veces, mangas tres cuartos. La temperatura de aquellos años así lo permitía.

Cuenta Álvaro Díaz que varios fueron los ganaderos que dejaron a sus esposas y se casaron con prostitutas de “El cocodrilo”, con las que tuvieron hijos y formaron familias. En el cabaré había 50 mujeres con nombres artísticos como “Maritza”, “Katty”, “Noelia” o “Katiusca”, ya que, como es costumbre, no revelaban su verdadera identidad.

Como dato curioso, las prostitutas de “El cocodrilo” generaban empleo en la la zona. Quienes vivían por allí, en especial las modistas y los dueños de negocios de comida, ganaban al prestarles sus servicios a estas mujeres que así como se la ganaban la invertían. Se vivió, pues, un boom económico impulsado por la vida cabaretera.

De aquellas lindas mujeres no queda nada, solo los recuerdos en las mentes de prestantes personajes de Córdoba que las requerían, y que, entre otras cosas, solo ellos las podían pagar; de las instalaciones sí que ha quedado menos, hoy, donde estuvo “El cocodrilo bar”, hay casas de familia cuyos miembros lo más probable es que ignoren el pasado de lujuria, sexo y frenesí que les antecedió. “El cocodrilo”, el cabaré de sangre caliente, a la altura de los prestigiosos burdeles de las grandes ciudades de Colombia, forma parte de la memoria colectiva de la ciudad, una ciudad que se desarrolla a pasos agigantados y que pareciera olvidar, con la misma celeridad, su historia.

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