5 de agosto de 2009

EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS


Amigos lectores de mis escritos, una de las oportunidades que me ha dado la vida en mis años de madures, cuando ya para ti empieza a desaparecer la suma y aparece la resta, es haber podido alcanzar a aprender de las nuevas tecnologías, me preocupe algo por los avances en la era del computador, aprendí informática básica y avanzada, técnicas que me han facilitado escribir pasajes de mi vida y del deporte. Todas esas vivencias las plasmo en mis escritos, para el presente y la posteridad.
A veces tu estas con tus hijos y te hacen preguntas de cultura u otro tema a ver si tu sabes, y se encuentran con la sorpresa de que tus respuestas son acertadas y te dicen papi y tu como sabes eso? Y tu le respondes es que yo estudie con dedicación y deseos de aprender, cuando veíamos materias importantes como castellano, historia antigua y medieval, urbanidad y literatura, por eso sabemos quien fue tales de mileto y pipino el breve y nos comportarnos bien porque asimilamos la urbanidad de Carreño.

Hago todo este introito para referirme a la clase de literatura y poesía dictada por el profesor Roger Vargas Martínez.
Roger Vargas Martínez era loriquero con pinta de cartagenero. Lo recuerdo por su atuendo caribeño, camisa tropical, pantalón blanco, zapatos blancos suela de caucho como los que usan los médicos y sombrero cubano, era un negro de amplia sonrisa cuya forma de declamar la poesía era incomparable.
En mi mente quedo gravada la entonación, la pausa y el sentimiento que imprimía Vargas Martínez al declamar, sobre todo la obra triste y melancólica” el seminarista de los ojos negros”, la declamación de Martínez era tan compenetrada que lograba que el auditorio se contagiara del sentimiento de la obra declamada.
Miremos el contenido de la poesía de Miguel Ramos Carrión clasificada entre las más bellas de hispano América.



EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS

Desde la ventana de un casucho viejo
abierto en verano, cerrado en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de rubio cabello.
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
marchan en dos filas pausados y austeros
sin más nota alegre sobre el traje negro
que la beca roja que ciñe su cuello
y que por la espalda casi roza el suelo,

Un seminarista entre todos ellos,
marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso, flexible y esbelto.
El solo, a hurtadillas, y con el recelo
de que sus miradas observan los clérigos,
desde que en la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio cabello.
La mira muy fijo. con mirar intenso.
y siempre que pasa él deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros.

Monótono y tardo va pasando el tiempo
y muere el estío y el otoño luego;
y vienen las tardes plomizas de invierno.
Desde la ventana del casucho viejo.
siempre sola y triste, rezando y cosiendo.
una salmantina de rubio cabello
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo
Pero no ve a todos, ve solo a uno de ellos.
el seminarista de los ojos negros.

Cada vez que pasa gallardo y esbelto,
observa la niña que pide aquel cuerpo
En vez de sotana sus dulces arreos.

Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego.
parece decirla -¡Te quiero', ¡te quiero!
¡Yo no he de ser cura! ¡Yo no puedo serio!
Si yo no soy tuyo. me muero, me muero!
¡A la niña entonces se le oprime el pecho,
la labor suspende, y olvida los rezos.
y ya vive solo en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros.

En una lluviosa mañana de invierno
la niña que alegre saltaba del lecho.
oyó tristes cánticos y fúnebres rezos:
por la angosta calle pasaba un entierro.
Un seminarista sin duda era el muerto.
pues cuatro llevaban en hombros el féretro,
con la beca roja encima cubierto,
y sobre la beca el bonete negro.

Con sus voces roncas cantaban los clérigos;
los seminaristas iban en silencio
siempre en las dos filas hacia el cementerio,
como por las tardes al ir de paseo,

La niña angustiada miraba el cortejo:
los conoce a todos a fuerza de verlos...
Sólo uno, uno sólo faltaba entre ellos.
el seminarista de los ojos negros.

Corrieron los años, pasó mucho tiempo.
y allá en la ventana del casucho viejo,
una pobre anciana de blancos cabellos,
con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
recuerda, recuerda, triste por las tardes...

al seminarista de los ojos negros.

Hasta la próxima

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